|
||||||||||||||||||||||||||||||||||
Antonio Rodríguez de las Heras Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación Universidad Carlos III de Madrid |
||||||||||||||||||||||||||||||||||
La pantalla electrónica | ||||||||||||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||
Cierto es que en la pantalla electrónica el aula se dilata. Las constricciones de espacio y tiempo se diluyen, y no es necesario concurrir a un lugar y ni siquiera coincidir en el tiempo para que el aula realice su función. Esto sin duda es un atractivo para determinados cursos, especialmente a niveles de postgrado. Y cierto, también, que es tentador aprovecharse de la ubicuidad que proporciona la red para la rápida y cómoda distribución de materiales escritos. Sin embargo, sería infrautilizar el nuevo espacio si lo limitamos a reproducir aquello que está ya bien rodado en los otros dos. Primero, porque la sustitución no resultaría en ningún caso plenamente satisfactoria; tanto la lectura de un texto como la atención de una exposición oral se siguen con mayor dificultad y fatiga en la pantalla. Segundo, porque hay otras posibilidades nuevas en el espacio de la pantalla electrónica que no brotarían si dedicamos ésta a ser un espejo, un espejo borroso, de lo que se hace en los otros dos espacios. Es preciso, pues, seguir dos reglas con respecto a la incorporación del nuevo espacio.
Veamos un ejemplo de cada una de estas propuestas para integrar el tercer espacio.
Empecemos por la segunda.
|