LORNA
1979-84 Lynn Hershman


La televisión es un medio vinculado hoy, fundamentalmente, a la intimidad y privacidad de hogares y habitaciones. Considerando su parte más positiva, podemos afirmar que la vinculación progresiva de la intimidad con el uso de los medios supone una garantía dinámica de su uso. La recepción de la televisión en el hogar nos permite, al contrario de lo que sucede en el cine, cambiar de canal, incluso ausentarnos temporalmente, reduciendo el rigor de nuestra exposición a la lógica comercial y económica propia del medio. Sin embargo, también implica una creciente usurpación de la vida privada del sujeto por una cada vez más intensa dependencia de la lógica del consumo medial. De hecho, es éste uno de los puntos de arranque de la obra Lorna, de la artista norteamericana Lynn Hershman (Ohio, 1941).



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imágenes facilitadas por Juan Martín Prada

Esta instalación interactiva, que imita el espacio de una habitación, invita al espectador a experimentar los estados de angustia y ansiedad de Lorna, una mujer que vive en su apartamento alejada de todo contacto con el exterior, víctima de una forzada agorafobia, y en cuya vida la televisión juega un papel esencial como elemento mediador entre ella y el mundo existente más allá de las paredes de su hogar.

El espectador, a través de un complejo entramado de cortes y alternativas de continuidad en la narración, controlada por un interfaz interactivo cuyo efecto guarda grandes similitudes con la experiencia del zapping televisivo, se verá confrontado con varios desarrollos y finales posibles para la historia de Lorna, entre los que tanto la muerte de la protagonista por suicidio como la destrucción del propio aparato de televisión por un disparo sobre él se presentan casi como situaciones inevitables. Las ansiedades de la protagonista y su relación con la televisión se combinan con un paralelo intento de reconstrucción de su historia y hábitos de vida por parte del espectador también a través del mismo medio. Por ello, en seguida se genera un proceso de identificación de la experiencia del observador con la experiencia de Lorna, el sujeto observado.

El zapping sirve aquí no para dejar de comprender lo que a uno no le interesa de la oferta de las diferentes cadenas televisivas, es decir, la permanente discontinuidad por desinterés de lo que uno está viendo o por tratar de escapar de su presión comercial, aquello que no quiere ver, sino para todo lo contrario: para comprender la situación de una persona a través de un permanente ir y venir a diferentes retazos de su vida, para investigar a través de pequeños indicios y objetos, a través de pequeños acontecimientos y ficciones.

No es extraño que se haya definido el zapping televisivo como la forma más básica de interacción electrónica, en cuanto que es fruto de un acto de selección en tiempo real, donde la pasividad forzosa del espectador es disimulada en la posibilidad de una alternatividad nunca intencional, carente de verdaderas opciones personales. Sucesión interminable de discontinuidades y rupturas como verdadera continuidad del fluir alienante de lo medial.

La ironía y fuerte perversidad en la relación entre las opciones ofrecidas al espectador y los posibles finales para Lorna, y el consecuente distanciamiento crítico que se produce entre el espectador y el medio, aleja a esta obra del característico fracaso de muchas de las manifestaciones artísticas que han adoptado la vía de la participación interactiva electrónica como estrategia central. Recordemos que la mayor parte de lo producido hasta ahora en este campo no hace sino caer en un mero intento de renovación del espectáculo mismo, dado que apenas se suele conseguir algo más que hacer evolucionar al espectador pasivo hacia un espectador "más estimulado" o hacia un espectador "agente activador de acciones predeterminadas".

La posibilidad de entrar en la vida de Lorna e incluso alterar su final a través del interfaz electrónico enlaza directamente con el hecho de que en los medios el poder se administra como capacidad, como ilusión de control(1). Lorna nos recuerda muy bien que las motivaciones políticas de los medios audiovisuales no se reducen ya al ejercicio del control de la experiencia sensorial ni a lo propiamente sensorial del control político. De ahí quizá que las tecnologías mediales no sean hoy ya instrumento de la dominación, sino, más bien, la formas de la dominación misma.


NOTAS

1. Para Cynthia Cockburn "es una representación del poder como capacidad, mientras que en el mundo real el poder es a menudo experimentado como dominación" ("The circuit of Technology: Gender, Identity, and Power", en John Thornton Caldwell (ed.), Theories of the new media. A Historical Perspective, The Athlone Press, London, 2000 p. 207). Según Bill Nichols "el dialogo cibernético podría ofrecer libertad de muchos de los riesgos aparentes inherentes al encuentro directo, ofrece la ilusión del control" ("The Work of culture in the Age of cybernetic Systems", Ibid, p. 98.