Versión en Inglés Disminuir texto Aumentar texto Versión PDF Enviar por correo Imprimir Comentar

1. Saber y tecnología.

El saber ha sido siempre una de las grandes aspiraciones humanas, tanto es así que, incluso, una de las formas en que se manifestó el ser del hombre en el umbral mismo de la humanidad transitando por el paso fronterizo de la evolución, fue la aparición del homo sapiens sapiens.

La adquisición de soportes, cada vez más flexibles, en que se ha ido fijando el conocimiento humano, desde la piedra hasta el ciberespacio, ha supuesto una conquista del tiempo y del espacio, tanto en la transmisión de conocimientos con vocación de perdurabilidad, como en la velocidad de su difusión, hasta llegar a conseguir la comunicación en tiempo real. La realidad ha alcanzado a las fábulas.

Saber más es ser más hombre. El querer saber es por tanto una tendencia, y una tensión hacia el progreso. Una de las manifestaciones formales de ese saber son los contenidos expresados en soportes, que son la materialización de la memoria y del conocimiento. Los soportes dependen de las tecnologías de cada momento histórico, que son a su vez índice y síntoma de lo que es y quiere ser el hombre. Gracias a esa materialización de la memoria y al afán coleccionista y de trascendencia humana, nacen las bibliotecas que son los lugares donde se guarda el saber, o sea, las casas del conocimiento. Como nos recuerda James O´Donnell en Avatares de la palabra (2000, 50) la biblioteca, tanto como colección de soportes de información, como, sobre todo, fantasía de conocimiento compartida por los usuarios de la comunidad a la que pertenecen, personifica una visión del mundo, ya sea no ficticia ya sea poética, y, sobre todo, es un transmisor de cultura de una generación a la siguiente.

Ninguna tecnología es inocente y toda tecnología introduce un valor social, simbólico, humano, en su maquinaria. En un magnífico libro, Técnica y Civilización, Lewis Mumford (1979, 31), nos dice del reloj, que ha ido incorporando las tecnologías sucesivas a lo largo del tiempo, que no es simplemente un medio para mantener la huella de las horas, sino también para la sincronización de las acciones de los hombres. El autor nos recuerda cómo se introduce el reloj en los conventos benedictinos para racionalizar sus actividades del ora et labora, cómo se extiende su uso después, fuera del monasterio y cómo sus campanas, tocando a cada hora, regulan la vida del trabajador y del comerciante determinando así la existencia urbana. La medición del tiempo pasó al servicio del tiempo, al recuento del tiempo y al razonamiento del tiempo. Y Munford concluye, al ocurrir esto, la eternidad dejó poco a poco de servir como medida y foco de las acciones humana. El reloj y su presencia esencial en la sociedad y en su transformación, es una buena metáfora, otra más, para entender la importancia de las tecnologías de la información y la comunicación en los cambios y en el progreso de esta sociedad, que aspira a ser la sociedad del conocimiento. La medicina, la industria, la economía, el comercio, la formación, la educación, la administración, la cultura, la vida cotidiana, e incluso la comunicación interpersonal misma, están ya integradas en cierta medida en el paisaje social y en el devenir de la historia.

Una cuarta oleada social de la comunicación está emergiendo vertiginosamente, siguiendo con la productiva propuesta de la clasificación histórico-social de Alvin Toffler (1980), en cuya Tercera Ola daba una explicación fascinante del mundo social incidiendo muy especialmente ya en la comunicación. Por entonces estaba de moda la expresión interconectados, la sociedad interconectada la llamaría James Martin (1980), referida a la comunicación humana a través de los medios de comunicación. Al alterar tan profundamente la iconosfera estamos destinados a transformar también nuestras propias mentes, la forma en la que pensamos sobre nuestros problemas, la forma en que sintetizamos la información, la forma en la que prevemos las consecuencias de nuestras acciones (Alvin Toffler, 1980) Lo que en 1980 parecía ciencia ficción o profecía, ahora se constata como cotidiano, así veía James Martin (1980, 104) la Sociedad Interconectada, estamos entrando en una era en que la gente inteligente, cualquiera que sea su actividad, necesitará utilizar constantemente su terminal de datos; será una era simbiótica en la que el limitado cerebro humano se suplementará con la enorme y completa memoria de los ordenadores a distancia y con su fuerza lógica. Posiblemente todos los profesionales tendrán sus bancos de datos y sus propios lenguajes de codificación. Los particulares utilizarán los terminales de datos de sus hogares en tareas más prosaicas como pueda ser la preparación de las vacaciones, las citas por ordenador, la devolución de impuestos y los entretenimientos. Tanto MacLuhan , con su metáfora de los medios entendidos como extensiones de los sentidos y capacidades humanas, como Teilhar de Chardin, con su concepto filosófico de Noosfera, contribuían a una nueva forma de entender el sentido de las tecnologías, el saber y el progreso humano.

En realidad, como nos recuerda Angela McFarlane (2001, 33) las tecnologías de la información y la comunicación se contemplan como un conjunto de habilidades y competencias, como un conjunto de herramientas para hacer lo de siempre, pero de una forma más fácil, mejor y más económica, y como un agente de cambio con un impacto revolucionario. Muchas instituciones piensan que las TIC puede cambiar el mundo por su valor de comunicación y transferencias de servicios y datos, por la importancia de difusión del conocimiento, y por la interconexión social que acarrea.

Creo que el cambio en la comunicación, en el progreso tecnológico, cultural, económico y social que se está produciendo en la sociedad, ya no puede explicarse por los efectos de los medios de comunicación masiva (muy influyentes en la configuración de la Tercera Ola), sino por los conceptos de inteligencia y conocimiento determinados por la acelerada emergencia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en nuestras vidas. En esta situación es imprescindible que surja la necesidad de generar, distribuir y consumir grandes cantidades de información y de contenidos para el consumo. La sociedad del conocimiento es, pues, la Cuarta Ola, con permiso de Toffler. El ciberespacio sustituye a la iconosfera. Los contenidos, los servicios, las comunicaciones se distribuyen a gran velocidad. De una forma rotunda lo ha definido Denis Gilhooly (2.000, 42), estamos en el ocaso de las telecomunicaciones y vamos hacia la infraestructura global de Internet. La razón está en la propagación de la tecnología digital, en los fenómenos masivos de la telefonía inalámbrica e Internet, así como en la liberación y la privatización de los mercados de las telecomunicaciones. Surge así una nueva economía, unas nuevas formas sociales de relaciones masivas e interpersonales Alvin Toffler (2000, 26) deja bien claro que por encima de todos los cambios sociales, ambientales, económicos, demográficos, políticos, religiosos y culturales, están los cambios en el conocimiento básico de la sociedad y de la manera en que este conocimiento se relaciona con la tecnología, la economía y el poder geopolítico. Es más, el poder mismo dependerá del conocimiento, y así mismo de la investigación y de los usos del software. En definitiva, una nueva vida.

Por estas vías cada vez más dinámicas necesitamos perentoriamente que transiten los contenidos de todo tipo. Las instituciones y los Estados, las empresas y hasta los usuarios particulares están generando continuamente contenidos. Pero esta producción por una parte es insuficiente y por otra ofrece dificultades en cuanto a una ajustada valoración crítica de su calidad y fiabilidad, de su apropiación y de su adecuación. La red, la red de redes, o sea, Internet, se convierte así en un espacio de convergencia, no sólo de diversos tipos de soportes y sustancias expresivas, sino de los contenidos mismos, de los productos de información y de los servicios. Un mercado persa, como ya he dicho en otra ocasión (García García, F, 1998) Pero toda esa información circulando por la red debe ser ordenada y accesible. Los navegadores han encontrado hoy por hoy la forma ideal de acceder a esos conocimientos de una forma libre y relativamente ordenada, aunque no jerarquizada, del saber, y, al acceder a través de ellos, se va también configurando un universo del saber, que esperamos sea más un heterocosmos que una globalización homogeneizadora. El navegador como plataforma de contenido y de nuevas aplicaciones y como la interfaz principal para experimentar Internet, lo coloca en el centro de la Infraestructura Global de la Información, ha dicho Kahin Brian, (2000, 65)

Estoy de acuerdo con el Lord David Puttnam (2000, 135) en que la revolución está pendiente y ligada a la información y a los contenidos, y que los productos, los nuevos productos en la Nueva Era de la Información vienen a poseer más y más el carácter de información, como dijera Marshall McLuhan. Esta revolución no es tanto una revolución tecnológica como de producción y desarrollo de información y contenidos. La tecnología es lo que hace posible, como dice David Puttnam, la revolución y, como tal, es un puente, no un destino. Sería bueno no olvidarlo. El destino es el saber, es más, el destino es el progreso, el alcanzar el mayor grado de hominidad posible en ese camino insistentemente ascendente del homo sapiens, al homo simbolicus, al homo iconicus (García García, Francisco, 2001,7-14), al homo digital y tal vez al homo hominis. Humanidad humanizante y humanizada. Si la tecnología es el puente, los contenidos son el medio, y el hombre, en cuanto hombre mismo, el destino.

Los contenidos son texto, digámoslo cuanto antes. Y si son texto, son escritura, y por tanto, lectura que activamos a través del artilugio de alguna interfaz donde se produce el encuentro entre el texto y el lector, donde se alza la epifanía del saber. El texto es un objeto virtual, independiente del soporte particular en que se manifiesta que actualiza un pensamiento y que a su vez dicho texto queda actualizado por una lectura y reactualizado en otras múltiples lecturas sucesivas y/o simultáneas que pueden reproducir una reinterpretación con una carga en profundidad del sentido. El espacio del sentido no existe antes de la lectura. Lo fabricamos, lo actualizamos recorriéndolo, cartografiándolo, como nos recuerda Pierre Lévy (1999) que continua diciendo que el soporte digital facilita nuevos tipos de lectura (y de escritura) colectivas. Un continuum variado se extiende, por tanto, entre la lectura individual de un texto preciso y la navegación por vastas redes digitales, en el seno de las cuales una multitud de personas anota, aumenta y conecta los textos entre sí mediante enlaces hipertextuales.

 
Avanzar página Retroceder página