Si entendemos la conciencia y la imaginación como procesos de asociación
continua de reestructuración de imágenes y de conceptos
seleccionados por la memoria, no es difícil percibir que la hipermedia
resulta una representación más adecuada de esa misma conciencia
o de esa misma imaginación que los códigos secuenciales
restrictivos de las escrituras.
El pensamiento complejo trabaja con un número extremadamente
elevado de interacciones e interferencias que se dan entre las unidades
del sistema considerado y también con incertidumbres, ambigüedades,
imprecisiones, interferencias de factores aleatorios y el papel modelador
del azar. La complejidad es un tejido de formaciones que afectan especialmente
a la educación. Y en una mayor profundidad a una cierta intención
de educación artística.
En este contexto de variación y renovación
aparece la Educación Artística tan continua e inmutable
como si el arte fuera un (irreal) indicador de conservación y estabilidad
ajeno a la evolución social.
El progreso de la ciencia moderna y la creciente racionalización,
en su intento de búsqueda incesante de la verdad, han ido orientando
nuestra sociedad por un derrotero “técnico y científico”
(J. C. Arañó, 1996; 2000). Esta deriva, según Hoyle,
ha estado demasiado presta a destruir las creencias religiosas, sin ofrecer
otro credo emocionalmente satisfactorio, y ha condicionado la transmutación
de valores en beneficio de la acción personal. Así estamos
siendo testigos del final de las ideologías y las formas de pensamiento
tradicionales e, incluso, de la “mutación cyborg de ese humanismo
mestizo”.
La contrapartida ofrecida por la nueva moralidad tecnológica
es la autoconfiguración de la personalidad, la duplicación
virtual de la realidad: El sujeto y la dualidad han dejado de existir.
Puedes ser quien quieras, te puedes redefinir por completo si lo deseas,
porque lo único que se conoce de ti es lo que tu quieres mostrar
(Turkle, 1998).
Nos encontramos ante una encrucijada en la que los políticos
nos ofrecen la idea de que la auténtica capacidad de elección,
acción y modificación del futuro está en nosotros.
La transmutación de valores nos ofrece fenómenos como la
globalización, un producto de la democracia occidental y hasta
un sinónimo de excelencia cultural.
El arte en un contexto moderno se caracterizaba por representar
las excelencias de la sociedad de la que era producto esencial. En las
nuevas formas de arte no solo se cuestiona el protagonismo del artista
o del espectador, sino hasta del propio producto. Es decir, frente a la
secuencialidad y simpleza del esquema tradicional, el fenómeno
artístico se nos presenta mucho más complejo en densificación
dimensional adquirida por cada variable y su conjunto contextual y circunstancial
(J.C. Arañó, 1996).
Los valores estéticos clásicos han transmutado,
como si la sombra de un Duchamp planeara por el ámbito. Es evidente
que nos encontramos ante una rearticulación estructural del Arte
que participa o, a veces, rechaza, pero sin embargo utiliza e instrumentaliza
esta nueva moral (G. Deleuze, 1977).
Las Artes Plásticas y Visuales no son ya esas actividades
decisivas en las constituciones de la poética y lírica de
la práctica artística que contribuyen al adorno y al orden;
han sufrido cambios irreversibles que han afectado radicalmente a su concepto
y estructura. Además, otras formas de arte, como estamos viendo,
asumen el espacio liberado. Vemos a través de la materia del espacio
y del tiempo con nuestras tecnologías de recuperación de
la información, el arte no constituye un escape, no vale siquiera
como una salida de la incertidumbre y la confusión. Es la reflexión
hacia nuestro interior, una búsqueda en la conciencia colectiva
que pretende una realidad en construcción.
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Es bastante obvio que muchos
han querido identificar a las TIC con el instrumento por excelencia
de la globalización, o mejor dicho mundialización y,
parafraseando a Taddei, quieren ver en la misma una forma de colonización
sofisticadamente instrumental. La cuestión reside desde el
punto de vista cultural en descubrir cuál es la cultura metrópoli,
que no es una u otra sino un conglomerado histórico de culturas
dominantes, y a la vez también resulta el mejor ejemplo de
mestizaje cultural. Los regionalismos siempre considerarán
negativamente el efecto colonizador, así como el mestizaje,
especialmente desde una perspectiva política. Y es posible
que la Educación Artística, en este caso, pueda organizarse
como una Zona Temporalmente Autónoma de resistencia para combatir
la cultura global colonizadora e imperialista (si esto fuera así),
porque la influencia de la metrópoli siempre se vería
conflictivamente. |
La importancia residirá en el procedimiento de colonización
como instrumento de la producción de conocimiento, el modo en que
dimensionamos la esencia y ecuación entre tiempo y espacio y la
generación de otros escenarios. Un sistema universal sin totalidad.
La metáfora más sencilla que ilustra lo que pretendo decir
es el modo en que los niños aprenden a usar las nuevas máquinas
tecnológicas y la destreza comparativa que desarrollan los adultos,
a su lado. La cultura puede entenderse como una tensión entre tradición
e innovación (J. L. Brea, 2002) y la creatividad es la que alivia
esa tensión y nos permite asumir sin traumas el progreso.
De hecho, el fenómeno más característico
de los últimos años en el terreno artístico es lo
que Hal Foster ha definido como “el retorno a lo real”. En
la práctica posmoderna los criterios y los temas destacan sobre
el estilo y la escuela. El arte actual olvida su ensimismamiento y vuelve
a estar implicado en el mundo, tanto por los temas como por los medios
que utiliza. Intenta su conexión con el público mediante
técnicas procedentes de otras disciplinas y con asuntos que afectan
directamente a la vida actual: el impacto a cualquier precio, mostrar
el horror de la muerte, la violencia, el sexo...La dualidad adquiere interés
y protagonismo. Lo ordinario se hace visible y, sobre todo, es notorio
comprender que nadie acepta dejarse encerrar en categorías.
En la actualidad cultural el conocimiento y presencia de
otras realidades lleva al multiculturalismo (Kincheloe y Steinberg, 2000).
Aparece un nuevo “activismo social”, basado parcialmente en
una nueva comprensión de la individualidad frente al grupo. El
arte participa en la construcción de nuevas identidades virtuales,
cambiantes en lo social y en los roles que ese nuevo cuerpo desempeña
en una sexualidad diversa. Los procedimientos artísticos se despersonalizan
y se tecnifican: las videoinstalaciones persisten como referente, se reinterpretan
las películas y obras de artistas “clásicos”.
La fotografía explota su capacidad de representar la auténtica
realidad. Otros “procedimientos” artísticos, surgidos
en los setenta como las instalaciones, se manifiestan como aglutinantes
de los demás. Y hasta el mundo de la moda se eleva a la categoría
de “espectáculo” artístico sofisticado de minorías
y es la forma de arte que mejor reúne las características
necesarias de ambigüedad y mestizaje, de “estetificación”
difusa que a todos nos afecta en la postmodernidad.
Es evidente que la práctica artística
se contagia de su mundo global y acepta entregada su instrumentación,
aunque ello conlleve un alejamiento consciente o inconsciente de la tradición
moderna. Whaley afirma que, tras su desaparición, podremos pensar
en las Artes Plásticas como actualmente muchos piensan sobre la
música clásica: como una cuestión propia de museos.
Pero la palabra museo tiene connotaciones desagradables, no sólo
entre artistas sino socialmente, puesto que incluye en su descripción
a los objetos con los que el espectador ya no mantiene una relación
vital y, por tanto, se encuentran en un proceso de extinción. Los
museos son los sepulcros familiares de las obras de arte, “poderosas
máquinas de cultura” donde está impuesta la “ley
del silencio” y, por supuesto, el imperativo “no tocar”.
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