La producción de mundos y la generación de un nuevo modo
de ver han de ser asimilados por el museo, la escuela y los docentes como
una práctica continua
y no como una nueva teoría adventista. Se trata de que “interioricen
los fundamentos de una renovación de la educación artística,
de modo que la aplicación cotidiana de los principios asimilados
resulte un cambio efectivo de
su práctica escolar cuando sean maestros o maestras en el futuro”
.
Un cambio que va a propiciar en la educación, en los profesores
y alumnos, una adecuación entre lo que enseñan /aprenden
y el mundo de hoy.
En el mismo sentido, el museo habrá de interiorizar
las numerosas cuestiones que hemos reseñado hasta ahora, las zonas
de conflicto, las novedades que problematizan la realidad en la que vivimos:
una redefinición del concepto de visitante-espectador-usuario,
una recreación de los “modos de ver” de nuestra sociedad,
una redefinición del modelo de artista y de su papel en la sociedad,
una nueva función del arte y de la cultura en el entramado de la
contemporaneidad, una redefinición de los límites del arte
y de su separación de la baja cultura o cultura mediática,
y la influencia de la electrónica y la tecnología digital
aplicadas al arte.
La economía ha cambiado, la sociedad también
lo ha hecho, la cultura material no deja de renovarse, el mundo en el
que vivimos no cesa de transformarse y se ve construido día a día
con todo ello. No se puede cambiar una pieza del “puzzle”
sin cambiar cada una de las piezas que lo constituyen. La escuela también
cambiará para responder a la nueva realidad, adecuarse a ella e
incluso construirla.
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Creamos tecnología y la tecnología nos crea. Tal y como
hasta aquí venimos considerando, la tecnología está
haciendo cambiar todos los ámbitos de la vida, del laboral
al doméstico, pasando por lo sexual, la identidad o la educación.
Los ámbitos domésticos se están transformando
radicalmente en las últimas décadas. A pesar de que
suelen ser considerados como espacios privados, las tecnologías
electrónicas y audiovisuales generan representaciones de la
vida pública específicamente elaboradas para los hogares.
Ese conjunto de cambios está en consonancia con todos aquellos
que delimitan el campo social y económico, y que han motivado
multitud de nuevas denominaciones para caracterizar ese algo nuevo
que percibimos en nuestra manera de vivir y de concebir la existencia:
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“Sociedad postindustrial” (Bell y Touraine),
“sociedad del consumo” (Jones y Baudrillard), “aldea
global” (Maculan), “sociedad del espectáculo”
(Debord), “era tecnotrónica” (Brzezinski), “sociedad
informatizada” (Nora-Minc), “sociedad interconectada”
(Martín), “Estado telemático” (Gubern), “sociedad
digital” (Mercier-Plassard-Scardigli)...
Numerosos países se preparan para afrontar el desafío económico
y social planteado por esta nueva forma social, potencialmente planetaria.
Se hacen grandes inversiones en infraestructuras telemáticas y
en nuevas tecnologías. Sin embargo no se sabe muy bien a dónde
se va. Es un campo bastante novedoso que acoge sueños y delirios.
Los sueños de los activistas que esperan que Internet provoque
más vida social, civil y democrática; pero también
los delirios de, por ejemplo, los empresarios que disfrutaron de beneficios
espectaculares y que ya ahora se dan cuenta de que ese Eldorado electrónico
era, en parte, una ilusión.
Pero es explicable sucumbir ante estos sueños y
delirios; la velocidad de los cambios apenas nos permite adaptarnos. No
hace tanto tiempo, los seres humanos disponían de toda una vida
para acostumbrarse a una nueva tecnología y una vez aprendida estaban
seguros que por generaciones no cambiaría. De ahí que el
sistema educativo clásico de alumno-profesor fuese operativo. Pero
en este momento, la velocidad de los cambios motiva una necesaria y continua
renovación del aprendizaje, de forma que toda persona habrá
necesariamente de reciclarse varias veces en la vida.
En una parte importante toda la rauda renovación en la que vivimos
es producto del desarrollo de las tecnologías digitales, su proliferación,
su difusión, el número de personas conectadas, la sofisticación
de los programas, la rapidez con las que se realizan algunas tareas antes
lentas y farragosas, las posibilidades de modelización, etc. Pero
para poder seguir el ritmo de las transformaciones no sólo hay
que tener flexibilidad de adaptación y formas de aprender a lo
largo de toda la vida, sino también garantizar que las personas
pueden formarse en y con las tecnologías que están haciendo
cambiar nuestra existencia.
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