En contra de la idea tradicional
de recepción pasiva y de receptor que no interactúa
con el pretendido mensaje unidireccional de la obra, con la interpretación
canónica del crítico o del historiador ni con la intención
del artista, se están desarrollando modelos que invierten la
posición y la importancia del proceso de recepción y
del receptor/consumidor. Ejemplos de ello son la presencia del cursor
en las obras de Net.Art y CD-rom y las posibilidades de interacción
y elección que estos soportes ofrecen; la creciente actuación
de los “coolhunters”, cuyo trabajo consiste en husmear
las expectativas de la calle para convertirlas en tendencias y actitudes
que luego venderán las empresas que diseñarán
los productos en función de las expectativas de los receptores/consumidores.
Podríamos citar también los estudios de mercado y encuestas
de empresas y, sobre todo, ciertas estrategias, afirmaciones y productos
publicitarios como los de Retevisión en los que el micrófono
es orientado a los receptores (“el que habla eres tú”)
o en los que el tira y afloja de un cable entre los usuarios y los
directores grises de la compañía de comunicación
se salda con la victoria de los primeros (“hemos logrado imponer
la voluntad de todos”). Ante todo ello, la vieja fórmula
de “el cliente siempre tiene la razón” deja paso
a una nueva palabra que ya se empieza a utilizar, “prosumidor”,
que indica el creciente papel activo del consumidor en el proceso
de producción. Podemos extrapolar, pues, que los modelos
de producción cultural se posicionan entre el modelo referido
al arte (que se basa en las obras, los artistas y la historia del
arte) y el referido a la cultura visual (basado en las representaciones
y en un lenguaje transversal que tiene que ver con el psicoanálisis,
la literatura, la sociología, etc.). Esta focalización
en la cultura visual (con todo su imaginario y sus conexiones con
los media, la industria del ocio, la tecnología, la cultura
popular, etc.) y en su transmisión provoca una nueva relación
con la esfera pública y con la realidad que ahora pasan a
estar incorporadas a la obra de los artistas, a pesar de que esos
temas y esas conformaciones de imágenes, a menudo, no acaban
de ser consideradas “adecuadas” para el arte y la educación.
El museo habrá de encontrar un lugar para ese espectador
que quiere elegir, para esa espectadora que ya no es pasiva, para
todos aquellos que tendrán una actitud activa en la cultura
y que desearán que sus expectativas sean satisfechas, aun
a riesgo de ser consideradas “inadecuadas”.
Esa misma actitud activa, responsable y productora que esperamos
de los visitantes de un museo, habría de tener también
una correlación en el ámbito de la escuela, tanto
en todo lo referido a los contenidos como a los valores y actitudes.
La tecnología digital, pone en evidencia, entre otras cosa,
la necesaria reformulación del tradicional papel del alumno
y del profesor.
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