Manuel Olveira
Universidad de Barcelona
La recepción del arte y la redefinición del espectador


Tradicionalmente se considera al artista como el emisor de un mensaje y a las obras de arte como un referente de sus intenciones, desligándose completamente de la forma en que éstas son percibidas e interpretadas por el público y desinteresándose por la forma que adquieren en la circulación pública.

Según los modelos de Danto y de Baxandall un objeto no llega a la categoría de artístico mientras no se le añada una interpretación que “transporte” a dichos objetos de la esfera de los objetos cotidianos a la esfera del arte. De esta forma los objetos pierden unos valores (sobre todo los valores funcionales de la cotidianeidad) mientras ganan otros (los específicamente artísticos). Según estas consideraciones, la obra de arte pasa a ubicarse en el centro de un triángulo equilátero entre el artista, los especialistas en arte y el público. Y no se privilegia exactamente la visión de uno sobre los otros; sencillamente enfocan la pieza desde diferentes puntos de vista y la dotan de diferentes miradas, significados e interpretaciones.

Por supuesto que existe una distinción entre producción y recepción artísticas, pero no son dos ámbitos tan extraños o tan irreconciliables. Y no es posible obviar -habida cuenta de la participación activa de los espectadores en la conformación de muchas de las interpretaciones de la obra y de su circulación pública en los diferentes canales culturales- la forma en la que la producción es recibida, digerida, interpretada, e incluso modificada por parte de los receptores.

  En contra de la idea tradicional de recepción pasiva y de receptor que no interactúa con el pretendido mensaje unidireccional de la obra, con la interpretación canónica del crítico o del historiador ni con la intención del artista, se están desarrollando modelos que invierten la posición y la importancia del proceso de recepción y del receptor/consumidor. Ejemplos de ello son la presencia del cursor en las obras de Net.Art y CD-rom y las posibilidades de interacción y elección que estos soportes ofrecen; la creciente actuación de los “coolhunters”, cuyo trabajo consiste en husmear las expectativas de la calle para convertirlas en tendencias y actitudes que luego venderán las empresas que diseñarán los productos en función de las expectativas de los receptores/consumidores. Podríamos citar también los estudios de mercado y encuestas de empresas y, sobre todo, ciertas estrategias, afirmaciones y productos publicitarios como los de Retevisión en los que el micrófono es orientado a los receptores (“el que habla eres tú”) o en los que el tira y afloja de un cable entre los usuarios y los directores grises de la compañía de comunicación se salda con la victoria de los primeros (“hemos logrado imponer la voluntad de todos”). Ante todo ello, la vieja fórmula de “el cliente siempre tiene la razón” deja paso a una nueva palabra que ya se empieza a utilizar, “prosumidor”, que indica el creciente papel activo del consumidor en el proceso de producción.

Podemos extrapolar, pues, que los modelos de producción cultural se posicionan entre el modelo referido al arte (que se basa en las obras, los artistas y la historia del arte) y el referido a la cultura visual (basado en las representaciones y en un lenguaje transversal que tiene que ver con el psicoanálisis, la literatura, la sociología, etc.). Esta focalización en la cultura visual (con todo su imaginario y sus conexiones con los media, la industria del ocio, la tecnología, la cultura popular, etc.) y en su transmisión provoca una nueva relación con la esfera pública y con la realidad que ahora pasan a estar incorporadas a la obra de los artistas, a pesar de que esos temas y esas conformaciones de imágenes, a menudo, no acaban de ser consideradas “adecuadas” para el arte y la educación.

El museo habrá de encontrar un lugar para ese espectador que quiere elegir, para esa espectadora que ya no es pasiva, para todos aquellos que tendrán una actitud activa en la cultura y que desearán que sus expectativas sean satisfechas, aun a riesgo de ser consideradas “inadecuadas”.

Esa misma actitud activa, responsable y productora que esperamos de los visitantes de un museo, habría de tener también una correlación en el ámbito de la escuela, tanto en todo lo referido a los contenidos como a los valores y actitudes. La tecnología digital, pone en evidencia, entre otras cosa, la necesaria reformulación del tradicional papel del alumno y del profesor.