Manuel Olveira
Universidad de Barcelona
Brico-tecnología



Una de las características más definitorias de la producción y el consumo de cultura (impresa, en imágenes fijas o en imágenes en movimiento), hoy en día, está relacionada con las nuevas tecnologías, que provocan profundos cambios en su concepción, gestión y circulación.

El arte, como un ejemplo de la forma en que entendemos y nos relacionamos con el musndo que nos rodea, está también influido por la capacidad tecnológica de la humanidad. A pesar de que para nuestros sucesores probablemente no habremos sido más que epílogos de la era de la imprenta y de la sensibilidad renacentista (e incluso inconscientes en gran medida de la trascendencia de muchos de los nuevos conceptos y modos de funcionamiento a los que estamos despertando), la electrónica está creando condiciones que modifican sustancialmente el mundo en que vivimos y la cultura que desarrollamos

Como la electricidad y la electrónica establecen unas condiciones de extrema interdependencia a escala global, nos movemos velozmente hacia un mundo audiovisual de sucesos simultáneos, en tiempo real, accesibles incluso desde la distancia física que la televisión por cable o las “webcams” hacen desaparecer, generadores de nuevos universos visuales y, sobre todo, de nuevas herramientas conceptuales y corporales para relacionarnos con ellos. Toda esta situación provoca nuevos hábitos y nuevos conceptos que se oponen, o al menos problematizan, las condiciones creadas por la alfabetización de la imprenta, aunque estas se mantienen en nuestro modo de hablar, en nuestra sensibilidad, en la disposición que damos al espacio y a nuestro tiempo en la vida diaria, en nuestras relaciones e incluso en la conformación de nuestro organismo y de nuestro sistema mental.

A este respecto de Kerckhove comenta: “En la inminente cultura oral-cibernética de la información la ignorancia se convertirá en una cualidad valiosa porque los individuos ‘no programados’ tendrán una ventaja adicional sobre los ‘programados’. La flexibilidad del ignorante procederá del hecho de que no tiene que luchar contra los viejos sesgos y constructos mentales para aprender nuevas tecnologías”.

Nuestras nociones de velocidad y distancia han cambiado con los aviones, con el ya desfasado fax o la imparable Internet.
Las palabras inmediatez y velocidad, favorecidas por el uso de diversos artefactos, describen perfectamente las

tendencias actuales y el “just in time” es la filosofía de base de toda compañía que quiera ser competitiva en el mercado voraz de este Occidente capitalista saturado de ofertas. Las culturas nacionales ya no tienen sentido por la difusión de los productos culturales anglófonos que no encuentran fronteras y se instalan de una manera planetaria en todas las comunidades. De la misma manera, las economías nacionales han dejado de funcionar frente a la presencia de empresas internacionales que operan en todo al mundo y difunden una uniformadora cultura globalizada. Por el contrario, como respuesta a la falta de raíces identitarias de la globalización, se producen violentas reacciones de signo contrario: localistas, integristas y/o nacionalistas.

La velocidad y difusión de las imágenes hace que consumamos productos culturales de muy diversas fuentes (creando un ambiente que podríamos caracterizar con el neologismo “eclectrónico”) y en ese escenario multicultural la pervivencia de los productos en el mercado es muy escasa y se produce una rápida sucesión de propuestas heterogéneas que absorbemos a través de todas las máquinas que las difunden, desde la televisión hasta las revistas, desde Internet hasta el CD-Rom. Consumo que, por otra parte, se realiza sin que los consumidores dispongan de herramientas críticas para decidir lo que se consume y de qué manera.

Si todos los órdenes de la vida han sido modificados por la acción de las nuevas tecnologías, ¿cómo no iban a verse afectados el arte, la cultura, el museo y la escuela? Es en este sentido, y en relación con los cambios que las máquinas provocan, cuando encontramos motivos para hablar de “arte electrónico” y para justificar su presencia cada vez más notable en los circuitos del arte contemporáneo y en todo tipo de museos.

Es también bajo esta perspectiva como podemos calibrar el alcance y entender el modo en que la tecnología afecta, además de la biología, al mundo de la cultura y a nuestros sistemas de representación (museo) y aprendizaje (escuela). Todos los conceptos convencionales asociados al arte y a la cultura, todos nuestros criterios de apreciación estética, todas las formas establecidas y estandarizadas de consumo y buena parte de las herramientas de análisis que proceden de la Ilustración, encuentran en este excitante cambio de siglo un punto de inflexión sin retorno en el que la “brico-tecnología” tiene un lugar importante y decisivo.