Una de las características más definitorias de la producción
y el consumo de cultura (impresa, en imágenes fijas o en imágenes
en movimiento), hoy en día, está relacionada con las nuevas
tecnologías, que provocan profundos cambios en su concepción,
gestión y circulación.
El arte, como un ejemplo de la forma en que entendemos y nos relacionamos
con el musndo que nos rodea, está también influido por la
capacidad tecnológica de la humanidad. A pesar de que para nuestros
sucesores probablemente no habremos sido más que epílogos
de la era de la imprenta y de la sensibilidad renacentista (e incluso
inconscientes en gran medida de la trascendencia de muchos de los nuevos
conceptos y modos de funcionamiento a los que estamos despertando), la
electrónica está creando condiciones que modifican sustancialmente
el mundo en que vivimos y la cultura que desarrollamos
Como la electricidad y la electrónica establecen
unas condiciones de extrema interdependencia a escala global, nos movemos
velozmente hacia un mundo audiovisual de sucesos simultáneos, en
tiempo real, accesibles incluso desde la distancia física que la
televisión por cable o las “webcams” hacen desaparecer,
generadores de nuevos universos visuales y, sobre todo, de nuevas herramientas
conceptuales y corporales para relacionarnos con ellos. Toda esta situación
provoca nuevos hábitos y nuevos conceptos que se oponen, o al menos
problematizan, las condiciones creadas por la alfabetización de
la imprenta, aunque estas se mantienen en nuestro modo de hablar, en nuestra
sensibilidad, en la disposición que damos al espacio y a nuestro
tiempo en la vida diaria, en nuestras relaciones e incluso en la conformación
de nuestro organismo y de nuestro sistema mental.
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A este respecto de Kerckhove comenta: “En la inminente
cultura oral-cibernética de la información la ignorancia
se convertirá en una cualidad valiosa porque los individuos ‘no
programados’ tendrán una ventaja adicional sobre los ‘programados’.
La flexibilidad del ignorante procederá del hecho de que no tiene
que luchar contra los viejos sesgos y constructos mentales para aprender
nuevas tecnologías”.
Nuestras nociones de velocidad y distancia han cambiado
con los aviones, con el ya desfasado fax o la imparable Internet.
Las palabras inmediatez y velocidad, favorecidas por el uso de diversos
artefactos, describen perfectamente las
tendencias actuales y el “just in time” es
la filosofía de base de toda compañía que quiera
ser competitiva en el mercado voraz de este Occidente capitalista saturado
de ofertas. Las culturas nacionales ya no tienen sentido por la difusión
de los productos culturales anglófonos que no encuentran fronteras
y se instalan de una manera planetaria en todas las comunidades. De la
misma manera, las economías nacionales han dejado de funcionar
frente a la presencia de empresas internacionales que operan en todo al
mundo y difunden una uniformadora cultura globalizada. Por el contrario,
como respuesta a la falta de raíces identitarias de la globalización,
se producen violentas reacciones de signo contrario: localistas, integristas
y/o nacionalistas.
La velocidad y difusión de las imágenes hace
que consumamos productos culturales de muy diversas fuentes (creando un
ambiente que podríamos caracterizar con el neologismo “eclectrónico”)
y en ese escenario multicultural la pervivencia de los productos en el
mercado es muy escasa y se produce una rápida sucesión de
propuestas heterogéneas que absorbemos a través de todas
las máquinas que las difunden, desde la televisión hasta
las revistas, desde Internet hasta el CD-Rom. Consumo que, por otra parte,
se realiza sin que los consumidores dispongan de herramientas críticas
para decidir lo que se consume y de qué manera.
Si todos los órdenes de la vida han sido modificados
por la acción de las nuevas tecnologías, ¿cómo
no iban a verse afectados el arte, la cultura, el museo y la escuela?
Es en este sentido, y en relación con los cambios que las máquinas
provocan, cuando encontramos motivos para hablar de “arte electrónico”
y para justificar su presencia cada vez más notable en los circuitos
del arte contemporáneo y en todo tipo de museos.
Es también bajo esta perspectiva como podemos calibrar
el alcance y entender el modo en que la tecnología afecta, además
de la biología, al mundo de la cultura y a nuestros sistemas de
representación (museo) y aprendizaje (escuela). Todos los conceptos
convencionales asociados al arte y a la cultura, todos nuestros criterios
de apreciación estética, todas las formas establecidas y
estandarizadas de consumo y buena parte de las herramientas de análisis
que proceden de la Ilustración, encuentran en este excitante cambio
de siglo un punto de inflexión sin retorno en el que la “brico-tecnología”
tiene un lugar importante y decisivo.
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