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10. Autoría de los lectoautores: La paradoja de la interactividad.

El usuario de un programa interactivo arbóreo tiene la capacidad de elegir entre un conjunto de opciones posibles una de ellas. Actualiza una virtualidad. Ya existía virtualmente ese contenido, pero es el usuario quien al actualizarlo le concede una existencia presencialmente manifestada.

Lev Manovich (2005, 182-185)) planta ante nuestra sorprendida mirada interactiva la paradoja autorial consistente en una pérdida de la identidad y originaidadl personal activando precisamente el juego de las elecciones sobre un todo dado. Pues si se considera que el usuario es creador en cuanto que elige una ruta única y nueva entre los elementos de una obra dada, también puede entenderse que una obra completa es la suma de todos los posibles recorridos de los que el usuario selecciona uno concretamente que es sólo una parte de ese todo. Se trata, dice Lev Manovich, de un nuevo tipo de autoría que ya no se corresponde con la modificación menor de la tradición ni con la idea de la producción de un genio. Pero sí, con la lógica de las sociedades industrial avanzada y postindustrial, donde casi todos los actos de la vida práctica implican elegir en algún menú, catálogo y base de datos. La lógica de la identidad en estas sociedades se funda en elegir valores en una serie de menús predefinidos, concluye Lev Manovich. Cuando se busca la identidad, la personificación de los contenidos, a través de las elecciones sobre un menú, el resultado es todo lo contrario. Las marcas, las etiquetas, la moda, el minimalismo, los menús, en definitiva, inducen a un modo de vestir, de vivir difícil de identificar como auténticamente personal.

Herbert Muschamp (1998, 66) en otro ámbito, en el de la arquitectura, incide en este concepto. El espacio vital privado ha adoptado los modos de la objetividad, y es neutral y sin valores (...) el mundo externo, mientras tanto, se ha subjetivado y traducido en un cambiante collage de manías y caprichos. Es lo que cabe esperar de una cultura dominada por el sistema de distribución (...) no para hacer cosas sino para venderlas (...) En consecuencia, el ámbito público se ha vuelto en un depósito colectivo de los sueños y de los diseños en los que el yo necesita refugiarse.

Lev Manovich toma el relevo y apunta que paradójicamente, al seguir un camino interactivo, uno no construye un yo único sino que adopta, por contra, unas identidades ya establecidas de antemano. De la misma manera, elegir valores de un menú o personalizar el escritorio o una aplicación nos hace participar automáticamente en el "cambiante collage de manías y caprichos" delimitado y codificado en software por las empresas.

Lev Manovich es rotundo en la valoración negativa del uso mecánico de la interactividad, y avisa de los efectos perniciosos del mal uso de la interactividad. Pero también hay que considerar sus valores positivos, aún con los riesgos de su inadecuación, porque la interactividad pone en juego el diálogo entre los contenidos y el receptor, entre el sujeto y la máquina, entre el ordenador y su usuario. Se trata del poder motivador de la acción dialógica de toda interactividad. Sólo hay que liberarla del mecanismo anquilosante de la repetición mecánica del recurso.

 
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